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Hubo un tiempo en el que los cocineros eran desconocidos para el gran público. Años y años en los que no aparecían en televisión, ni eran portadas de los semanarios de información general. Y de repente, todo cambió. Y toda una generación de cocineros, quizás comandados por Ferran Adrià, le pusieron rostro a una revolución gastronómica que hoy todavía dura.

Uno de esos rostros, y quizás uno de los rostros más importantes, fue el de la cocinera catalana Carme Ruscalleda. Por muchos motivos, su aparición en la escena de los grandes nombres de la cocina, fue trascendental. En primer lugar, por ser mujer. Porque pese a que todos los grandes cocineros dicen haberse inspirado en la cocina de sus madres y abuelas, pocas son las mujeres chefs que son reconocidas. Y en segundo lugar, por un carácter abierto, alegre, extrovertido, que la ha hecho muy popular.

Desde su restaurante Sant Pau, en Sant Pol de Mar, ha ido extendiendo por todo el mundo la cocina entendida también como herencia de una sabiduría previa, como en nuestro caso, en Planes, a través de la cocina casera, que ha ido evolucionando e incorporando otros puntos de vista. Su Sant Pau en Japón o ser la encargada de la cocina del Mandarin de Barcelona, dan muestra de la relevancia de la figura de Ruscalleda.

Pues bien, todo llega a su final, o al comienzo de un nuevo principio. La cocinera ha anunciado recientemente que el Sant Pau dejará de funcionar en octubre de este 2018. Después de 30 años en lo más alto, Carme Ruscalleda ha decidido reinventarse. Su espacio en Sant Pol seguirá estando vinculado a la cocina, de otra manera, y ella se niega a jubilarse.
Todo un ejemplo de amor por la cocina, desde la base, que quiere seguir evolucionando.